Como parte de la conmemoración del Día de la Memoria, Verdad y Justicia del 24 de marzo, el padre Víctor Acha, quien está cumpliendo 50 años como sacerdote, visitó nuestra escuela para compartir con los estudiantes de los cuartos y quintos años, el testimonio de sus vivencias durante los años de la Dictadura, uno de los momentos “más trágicos de la historia argentina queviví, padecí yfui una de las víctimas”, señala en sus primeras palabras.

Estos recuerdos tan dolorosos pero tan presentes en la vida de Víctor Acha nos permitieron conocer, por un lado, su compromiso con los humildes, con los necesitados, por otro, su mirada compasiva que invita a iluminar ese dolor con el perdón, sin dejar de ser memoria en acto de cada uno de los mártires que lo acompañan en su relato.

A continuación, una transcripción en primera persona de algunos de sus recuerdos.

“Nací en 1940 del siglo pasado y estoy cumpliendo 50 años como sacerdote. Quiero decirles que en el año 1069 yo me estrené como cura en la parroquia de lo que hoy es Villa El Libertador en Córdoba Capital y estuve allí hasta 1976 cuando tuve que salir del país como tantos otros más, como tantos otros más que no alcanzaron a exiliarse porque los mataron, como tantos otros más que no se exiliaron ni murieron sino que desaparecieron.

Desde el ´72 hasta el ´75, mi parroquia y la casita donde vivía, al lado, fueron allanadas once veces por militares y policías, sin orden judicial generalmente porque así era en aquellos años. Y ustedes dirán: “Si lo allanaron por algo será”, y sí era por algo, claro que sí. Era por una sencilla razón que no valdría si lo dijera solamente yo, tal vez tenga valor esta razón que les digo porque otros lo atestiguan, por mi y por muchos otros. El gran delito que había cometido era vivir y trabajar con la gente de Villa El Libertador que, hace 50 años, era muy, muy pobre. Había agua en el veinte por ciento de las 110 manzanas que tiene el barrio, no había pavimento, no había médico ni dispensario, no había policía y puedo seguir un rato con todas las cosas que no había. Todas esas carencias me hicieron sentir a mí, como a otros sacerdotes de ese tiempo, no soy una excepción, que el compromiso sacerdotal también pasaba por un compromiso con las urgencias y necesidades de la gente. Entonces me puse al lado de los que querían pedir esas cosas elementales, mínimas, para poder vivir…seguramente ustedes no tienen la experiencia de vivir sin agua.En esa época en mi parroquia no tenía agua, tenía un aljibe que había que llenar con agua que traía un carro o un camión, lo que alcanzara el bolsillo y luego había que entrarlo desde quince metros en baldes para bañarse o cocinar. Esa era la realidad del ochenta por ciento de los vecinos del barrio. Eso como muestra, el resto lo pueden imaginar.

Ante tantas carencias, con un grupo de gente que ya se había acercado a la iglesia, a la catequesis, a las reuniones bíblicas que hacíamos, viendo este cura que trataba de ser como toda la gente del barrio y vivir sencillamente y recibir a todos, comenzamos a conversar sobre todas estas necesidades. Mi propósito de fondo era encender a la comunidad, que la parroquia fuera un lugar desde donde pudiéramos buscar una respuesta a tanta carencia que era también injusticia. Y mi gran delito fue tratar de organizar esa gente, no haberme quedado encerrado en la parroquia y haber salido a caminar ese barrio y con ellos buscar las reivindicaciones que necesitaban,de una manera muy “populista” por usar un término que hoy se usa, muy popular o sencillo o como le quieran llamar.

Luego de los once allanamientos y de otros episodios que preanunciaban o que ya mostraban la violencia más desatada, un día me manda a llamar el Arzobispo, Monseñor Primatesta, y me dice que, ante todo lo que estaba pasando tenía que irme y yo le dije:

– ¿Usted me quiere sacar?

– No, no quiero sacarte, pero con todo lo que pasa, te van a seguir molestando, mirá si un día te pasa algo. Tenes que irte porque es peligroso.

-O me saca Usted o yo me voy porque quiero. Yo no me quiero ir, Usted no me quiere sacar, a mi me cambia el Obispo y no los militares.Yo no me voy a ir porque los militares quieren que me vaya…

Esas conversaciones teníamos con el Obispo, como ven era bastante terco, era medio adolescente. No me arrepiento de eso, para mí era un valor. Uno con el paso de los años va teniendo nuevos modos de estar entre la gente, en esa época el mío era ese.

La cuestión es que la persecución siguió, se hizo más aguda, durante todo el año ´75 yo la mayoría del tiempo no estaba en la Parroquia, pero si en el barrio y, en noviembre de ese año, ya me trasladaba a dormir a otro lado por seguridad. Una tarde que llego de mi trabajo, porque yo mientras viví en Villa El Libertador trabajaba como obrero, como empleado, en distintos trabajos, el hijo de una señora de la Parroquia me esperaba en la puerta y me dice: “Padre, dice mi mamá que no entre, que vaya a la casa de otro vecino”, cuando voy allí me cuentan que la noche anterior, gente armada, de civil, con armas largas y cortas habían entrado en la casa de la secretaria de la Parroquia y en la casa de otra señora que coordinaba la catequesis, amenazándolos de muerte, que les iban a quemar la casa, amenazando que algún hijo podía desaparecer o las hijas podían terminar mal, cosas muy groseras, brutales, me lo contaban llorando, me buscaban a mí, querían saber dónde vivía yo. Entonces me decidí a irme, porque ya no se trataba de mí sino de la gente del barrio y de la certeza de que esas cosas que amenazaban eran muy capaces de cumplirlas.

Pero yo me sentía muy golpeado por abandonar a mi lugar y a mi gente, esa tarea que había elegido para hacer, yo quería seguir siendo cura y sirviendo a la gente. Allí surgió la idea, de los Obispos, de enviarme con una beca a Medellín, Colombia, a estudiar una especialidad que había allí. Me fui con la noticia, en el ´76, de que había desaparecido un sacerdote en un barrio de Buenos Aires. Luego, ya en Colombia me siguieron llegando las noticias tremendas, de asesinatos de catequistas, sacerdotes, amigos, desaparición de personas, familias a las que les eran arrebatados sus hijos, mujeres a quienes les quitaban sus bebés para después asesinarlas, entre tantos horrores innombrables. Cuando yo escuchaba todo esto, allí tan lejos, hasta sentía un poco de culpa por no estar acá con mi gente.

De esos años tenemos a nuestros primeros mártires, entre ellos al obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, asesinado el 4 de agosto de 1976.

Y yo quiero recordar especialmente a un laico que era coordinador de una de las cooperativas que el Obispo Angelelli había creado en su comunidad, su esposa era catequista y fue asesinado en la puerta de su casa en presencia de su mujer y de sus hijos. Es de este hombre moribundo le dice a su hija mayor: “Yo los perdono, no odies, perdonálos”. Su hija tenía entonces 16 años, la edad de ustedes, y me vienen a la mente los sentimientos que tenía yo en mi corazón ante todo esto que sucedía en nuestro país. Y sinceramente también perdoné.

Porque el rencor, el odio, la venganza solo acarrean más muerte, la del que muere y la del que vive en el rencor, el odio, la venganza, porque muere lo mejor de sí en esas actitudes. El perdón no es estupidez, no es imbecilidad, es una actitud que transmite vida, que construye.

Chicos, chicas, hay que saber perdonar para saber ser uno mismo. El que no sabe perdonar se aliena en el odio, la venganza, el rencor. Cada uno tomeló como pueda, yo les cuento mi experiencia: el perdón me ayudó a sobrevivir.”

El padre Víctor Acha comentó que los cuatro mártires de La Rioja, muertos durante la represión, serán declarados mártires por el Papa Francisco el próximo 24 de abril, pero que la comunidad ya había decidido que habían entregado su vida en el martirio desde el momento de su muerte, “porque las comunidades son muy sabias”.

Tras su vuelta de Colombia hacia fin de 1976, desoyendo el consejo de su Obispo que lo instaba a quedarse lejos porque lo seguían persiguiendo, Víctor Acha vivió escondido en Buenos Aires, casi en la clandestinidad, aunque continuó trabajando con un sacerdote que lo ayudó. Quien le impedía regresar a Córdoba en esos años era el propio general Luciano Benjamín Menéndez, acusado y condenado por múltiples crímenes de lesa humanidad, que no dejaba de preguntar por su paradero. Alrededor del año 1980 pudo regresar a Córdoba.

Consultado por los jóvenes por lo que le queda de aquellos años, Víctor Acha contesta: “De aquellos años me quedan mis sueños intactos. Yo sigo soñando con un mundo nuevo en el que todos seamos protagonistas, sigo soñando con crear comunidad. Porque estoy convencido que solo la experiencia de comunión puede llegar a transformar las rupturas y las injusticias que vive nuestro mundo de hoy. Y les digo a ustedes, los jóvenes, que no se entreguen a la violencia, a la injusticia porque parece que es lo único que se puede hacer en este mundo.No se entreguen, luchen por ser hombres y mujeres protagonistas de un mundo nuevo, luchen por la construcción de vida en cualquiera sea el espacio donde les toque actuar”.

Nota: Estudiantes de Emprendimiento en Medios, 5to Año Comunicación. Foto y video: Nazarena Buzurro. 5to B