Domingo Faustino Sarmiento nos mostró un camino nuevo y nos invitó a seguirlo para garantizar el futuro próspero de nuestra nación y todos y cada uno de sus habitantes.
Hoy se cumple otro aniversario de la desaparición física del padre del aula, Don Domingo Faustino Sarmiento. En su homenaje se considera cada 11 de septiembre el día del maestro.
Por eso queremos valorar hoy más que otras veces a todos aquellos que eligieron esta noble profesión y la realizan día a día desde sus sueños y con honradez.

Estamos seguros de que la educación es el pasaporte hacia el futuro. Apostar a nuestras escuelas como lo hizo Sarmiento, es apostar al porvenir de nuestra Patria. En este día queremos compartir un espacio de reflexión sobre nuestra sociedad, nuestros educadores y sobre el brillante maestro sanjuanino.

Educar es una vocación y un desafío. Es una apuesta al futuro, una elección de vida basada en el amor y sustentada por la esperanza. No hay educación posible sin la  certeza de que, dentro de un aula, el mundo comienza a cambiar. Así lo entendía Domingo Faustino Sarmiento. Y a esa certeza dedicó su vida.

Había nacido en San Juan en 1811, cuando los criollos daban sus primeros pasos en el gobierno. Fueron años duros, de turbulencia política, de luchas. Sarmiento no permaneció ajeno al momento en el que le tocó vivir. Por el contrario, asumió la lucha como forma de vida, sobre todo, a través de la pluma y de la palabra.

Descubrió a los 15 años su auténtica vocación, cuando fundó una escuela en el campo, junto a su tío en la provincia de San Luis. Fue en esa escuela con piso de tierra, donde sintió por primera vez  que estaba sembrando en las mentes y en los corazones de los humildes campesinos, la semilla de un futuro mejor.

Asumió como presidente de la nación el 12 de octubre de 1868.  Durante su presidencia siguió impulsando la educación fundando en todo el país unas 800 escuelas y los institutos militares: Liceo Naval y Colegio Militar.

Fallece el 11 de septiembre de 1888 en Asunción. Sus restos fueron inhumados en Buenos Aires, 10 días después. Ante su tumba, Carlos  Pellegrini sintetizó el juicio general: “Fue el cerebro más poderoso que haya producido la América”.

Hay un proverbio que dice: “Para educar a un niño hace falta todo un pueblo”. Por eso estas palabras están dirigidas a todos los adultos aquí presentes, seamos padres, madres o maestros: porque todos somos “maestros de la vida”. Todos somos responsables de la educación de los chicos y de la sociedad que estamos construyendo. Sigamos educando, juntos, a nuestros hijos. Juntos, cada uno desde su lugar, desde su espacio, padres y maestros. Ese es el desafío. No perdamos la oportunidad de enseñar con el ejemplo, de marcar los límites con claridad y con ternura, de decirles a los chicos qué está bien y qué está mal, de ser coherentes y sostener con los actos lo que pensamos y decimos; de luchar por lo que sabemos justo; de mostrarles que, aunque a veces parezca más difícil, siempre es mejor cuando los proyectos son colectivos.

Sabemos que la labor de los maestros nunca termina, es más que un trabajo, es una vocación de servicio y una pasión por formar a los seres humanos que llevarán adelante la historia de nuestra comunidad.

Somos los custodios de la llama encendida que habita en el corazón, la mente y los sentimientos de nuestros alumnos. Siempre debemos mantener esa realidad presente porque se trata de una luz que nos compromete a ser mejores cada día para guiar a nuestros estudiantes con sabiduría y buen ejemplo, sin importar las condiciones en las que nos toca enseñar, solo pensando en cumplir con esa hermosa misión a la que un día nos comprometimos de corazón.

Gracias, maestros, por hacer de la escuela el lugar colectivo más confiable y el que brinda el amparo más profundo. Gracias por trabajar con orgullo en la educación. Gracias por creer que la escuela es, ante todo, aquella que garantiza la igualdad de oportunidades, el lugar donde se cumple el derecho que todos los niños tienen de aprender. Gracias por el compromiso, que hace de los alumnos sujetos responsables y críticos.

¡Gracias por los números y las letras, que hacen que nuestros hijos se conviertan en seres libres… Gracias por alimentar en nuestros hijos la alegría del compartir, la esperanza de un mañana mejor y la magia de hacer los sueños realidad…!